Estaba sentada con la mirada un poco desorbitada. Llevé mi cigarro a la boca, ya ni me acuerdo de la última vez que había fumado con tantas ganas, sé que había sido hace mucho al menos cuando aún creía en el amor. La noche empezaba a darle cabida al día cuando entendí que, al parecer, algo me pasaba con aquel tipo de personalidad deslumbrante. Fumé con prisa, uno, dos... Quizá hasta cuatro cigarros, no tuve tiempo de contarlos. Él estaba conversando con sus amigos y sentí miedo de que se me acercara, de que todo aquello que creí sentir pasara más allá de mi mente. Apareció a lo lejos con unos jeans claros y un polerón negro, con una cara de niño cuando quiere algo y con una excusa en la boca. Le dije que era probable que estuviera fuera de mis cabales y que no quería fumar más, me preguntó como unas cien veces si estaba aburrida, le dije algo así como que tenía sueño, y realmente lo único onírico era tenerlo a tan pocos pasos de mí. Quiso saber cuánto rato llevaba sentada en el auto, le mentí quitando unos diez minutos, suspiró como si estuviera más tranquilo al escucharlo, siempre estaba preocupado de que la pasáramos bien. De todos los días que estuve con él, nunca le había visto tan guapo, quizá fuera aquella semi-noche, un algo especial, o quizá fuera su olor. No lo sé, sólo sé que las miles de palabras que intercambiamos no me importaron demasiado. No dejaba de mirarle a los ojos... Debo haber sido muy notoria porque cuando se dio cuenta apartó la vista y sonrío con esa sonrisa que sólo él sabe regalar. No recuerdo el momento exacto en que el tiempo se paralizó, pero en cosa de segundos sentí su mano en mi nuca, noté sus labios y los míos como entrelazados, un escalofrío por todo el cuerpo y la sensación de que aquel beso mediría el resto de los besos de mi vida.
m.