Me murmurabas frases melancólicas de autores de la generación de los cincuenta. Te apoderabas de mis orejas cuando no te escuchaba y volvías a murmurar frases melancólicas de esos autores americanos. Y pensábamos escribir nuestra historia y construir universos paralelos para que nadie rompiera nuestra burbuja, hasta que se nos acabó la mecha. La chispa que nos unió por tantos amaneceres desapareció de golpe. Un 8 de julio nos despertamos y nos miramos como dos extraños, desnudos en las mismas sábanas. Nos miramos hasta penetrarnos en la retina y empezamos a acercarnos al punto de que nuestros cuerpos casi se tocaran, y con la inocencia de los niños nos hurgamos el uno al otro la cara, asombrados de que aquel rostro no nos fuera familiar. Y bajaste tu mano por mis senos y seguí sin sentir nada, hice lo mismo por tu pecho mientras tu cara dilucidaba frialdad, y ahí estábamos, dos desconocidos tratando de provocar algo en el otro. Mi memoria se enojaba al recordar esas frases melancólicas murmuradas, porque no parecían propias de alguien, era como un largometraje proyectado por algún rincón de mi desordenada cabeza, una historia sin dueño y que de pronto surgió en una mente cualquiera, en la mía. Nos observábamos como dos amnésicos que se encuentran por primera vez en su vida. Ni siquiera fuimos capaz de decirnos nada, arrancamos del lugar como si de una balacera de tratara. Supongo que los dos teníamos miedo de que la voz del otro terminara por arrancarnos el corazón.
m.