"Cuando me den ganas de escribir, escribiré". Eso dije hace más de siete meses cuando redacté la última entrada, jamás pensando que iba a pasar tanto tiempo. Me imaginé que serían unos días, pero no. No había intención de regalarle palabras dulces o amargas a nadie, ni siquiera a mí misma. Y bueno, ahora estoy acostada escribiendo porque quiero escribir, no porque quiero que alguien lo lea y eso me hace pensar en el Periodismo, carrera en la cual todos quieren ser leídos. Y también me hace pensar en mucha gente que conozco, no sé por qué. Y también me hace darme cuenta de que no escribía de floja, porque de no querer que alguien leyera mis estupideces escribo en una cuaderno, servilleta, da igual. Pero ni siquiera en esos medios lo intenté, o sea, no estaba ni ahí con mover la mano. Y quizás ahora la muevo porque estoy ebria de melancolía, tan melancólica que como chocolates y aún traigo el maquillaje de la noche anterior. Y estoy así porque no he escrito y mi mente colapsó. Creo que nadie puede vivir sin quitarse las ideas de la cabeza y plasmarlas en algo, así no se puede. Por algo fui tan despistada este semestre, por algo tenía sueño a cada rato (ya eso es excusa, siempre tengo sueño), por algo se me enredaba la lengua, por algo las ideas se fueron agotando, por algo el tiempo se me pasó volando y ya no hay nada que hacer. He pasado la mitad del año puro dando vueltas en círculos, teniendo ganas de comprar un libro pero sin deseos de abrir la billetera, escribiendo historias en mi mente que desaparecen al despertar. Me estoy volviendo loca, loca, loca. Me frustra, hasta se me olvidó redactar. Que me queme un rayo, que llegue la nube negra, que venga Kafka a tirarme la oreja, y quizás así, morir en paz.
m.