Aún recuerdo cuando decía frases enteras, cuando mi vida no estaba a la mitad y me sentía completa sin necesidad de ti ni de nadie. Aún recuerdo cuando las primaveras tenían olor a frutas, cuando el otoño me bañaba en sus hojas y el viento me hacía saborear la libertad. De eso poco va quedando. Hoy me encuentro en mi cama, y en lo único que me siento bañada es en la soledad. Nadie entiende y nadie entenderá lo que es sentir que la vida te dio la espalda, que tu cuerpo no pueda contener a su alma. Ya no me queda camino por recorrer ni amor por entregar, todo lo que algún domingo sentí, me lo arrebataron sin siquiera pedirme permiso.
Es por eso, que hoy me marcho, sin importar lo que me ampare el próximo amanecer, hoy me marcho. Me marcho de toda la desdicha, me marcho de mis hijos, me marcho del maíz y me marcho también de los gustos que todavía no han tenido tiempo de marcharse. Me marcho del verano, me marcho del invierno, me marcho del sol y de la luna, que jamás me cayeron bien. Hoy me marcho de este mundo que nunca me comprendió y jamás quise comprender. Alguien me dijo una vez que no tratara de hacer feliz a alguien que no quiere ser feliz y, creo, fielmente, que irme es mi única paz. La única verdadera, pues llevo tiempo queriendo contarlo. Llevo tiempo contándolo a gritos, pero nadie fue capaz de oírme. No sé en qué lenguaje hablar para que no sólo me entienda el aire. No necesito estar feliz siquiera, sólo necesito estar bien. Es tan simple como lo que envuelve a esa frase, tan absurdo como lo deja entrever y tan real que hasta me duele. Sólo necesito esa paz que tanto anhelo, sólo necesito saber que el suelo es mi amigo. Ni siquiera me importa si el camino me lleva al infierno o el edén. No preciso de huellas, sólo preciso de este momento en el alféizar de mi ventana, haciéndome cargo de que esto lo decidí yo y nadie más.
m.-