sábado, 2 de abril de 2011

Quiero que sepas

Y aunque el tiempo nos convierta en nada. Quiero que sepas que apenas me despierto a mi cabeza le viene tu imagen, que hay días en que me estremezco solo al pensar en ti. Quiero que sepas que la primera vez que me besaste, algo dentro de mí me dijo que no sería la última vez. Quiero que sepas que cuando te veo dejo de creer en casi todo lo lógico, pues no hay lógica en que los minutos contigo se pasen volando. Debes saber que cada vez que te vas deseo que se me ocurra la excusa perfecta para que te quedes un rato más, pero las ideas siempre me abandonan. También espero que tengas una mínima idea de lo extremadamente mamona que me vuelvo cuando te tengo. Y de lo que es hablar de un dolor sin sentido, ese que queda cuando debo soltarte la mano. Y sé que me dolerá algún día, ese día te dedicaré palabras con sentido. Y quizás el tiempo nos haga dejar de mirarnos, y las palabras fluirán de mi boca a otros oídos, pasando por ti sin dejarte huella. Quizás pase todo eso, pero quiero que sepas que un día me desperté y pensé que si algo se le parecía a eso tan utópico, que es el amor, era esto. Debía ser esto. Quiero que sepas también que en una noche como la de hoy, olvidé el tiempo y sólo pensé en tu piel.



m.

Él y yo

Nos conocimos por el camino, nos topamos, nos encontramos cuando él estaba a una escala de ser feliz y yo que ya era del todo feliz, lo encontré cuando estaba a punto de caer. Polos opuestos, dos maneras de ver la vida que en sí no coincidían en nada, pero que juntas podían cambiar algo. Creo que los dos supimos desde un principio que aquella historia nos daría para mucho. Cuando nos conocimos él estaba a punto de hablar con suspiros de la felicidad, su rutina cambió en nada. Al principio me gustaba pensar que yo era ese algo que le faltaba en la vida, ese algo que haría que se diera cuenta de que no había vivido tanto hasta ese momento. Y me lo agradecería, pensaba ¿Qué más puede pedir? Si sé hablar de los temas que a nadie le importa, a nadie menos a él, sé encontrar la manera perfecta para que los domingos no fueran aburridos, sé encontrar el lado bueno de las clases de filosofía, sé manejar sentimientos como quien maneja un lápiz casi sin tinta. ¿Qué más podía pedir? Me consideraba una adolescente casi perfecta dentro de lo normal, las demás eran aburridas y aunque fueran más guapas siempre serían más huecas.

No recuerdo la primera vez que lloré por él, o por culpa de ella mejor dicho. Lloré porque me sentí pequeña, aún teniendo todas esas cualidades, aún creyéndome especial casi siempre, me sentí pequeña porque ella parecía conocerle y yo no. Y tuve miedo a nunca poder conocerle del todo. Ella conocía lo peor de él y quería lo mejor. Yo sabía su nombre, conocía su voz a la perfección, y estaba totalmente loca por sus ojos. Intenté apartarme de su camino, pensando que quizás ella también tenía esas cualidades que tenía yo y encima me superaba en algo, debía superarme, necesitaba que me superara en lo que fuera, sino no encontraba ningún sentido. Cuando me aparté, ni siquiera se dio cuenta y poco después me estaba pidiendo que le acompañara en un sueño. Antes de conocerle ya sabía que cambiaba los sueños, pero jamás pensé que fuera capaz de cambiar el mío. Dudé que fuera capaz de hacerme creer en aquel sentimiento, no me gusta decir su nombre, da mala suerte. Pero tuve que recordarlo cuando me vino a la mente una frase de algún escritor olvidado, no me acuerdo de su nombre, nadie se acordará del mío tampoco, la frase decía algo así “hay personas que creen no merecer el amor, se suelen dirigir hacía los espacios vacíos, para así tapar las brechas del pasado”. Me dolió que fuera tan cierta y que quizás no tuviera el valor de decirle nunca que conocía todo eso de él, y aún más, que deseaba conocerle mejor. No quería morir y que en mi epitafio pusieran “fue una cobarde a la hora de amar”, y esa sí que me caía como anillo en el dedo. Él estaba roto en pedazos, y yo esperaba cualquier momento para acercarme a él y decirle que quizás le faltaba algún trozo que sólo yo podía tener. Pero en la vida muy pocas veces había tenido este valor, y solía estrellarme casi siempre.

El final de todo esto quizás alguna vez lo cuente. Imaginen que quizás fui capaz de acercarme a él y decirle todas estas tonterías, o que quizás fueron mis letras quienes le hicieron darse cuenta de todo lo que decía, imaginen que quizás vivimos unos meses perfectos, o parecidos a lo que suelen llamar perfección. Imaginen que quizás nos entendíamos bien y supo domarme hasta el punto de dejar de ser una mimada. Imaginen quizás que conmigo se recompuso y que sin cambiar su manera de pensar cambiamos una pequeña parte del mundo. Imaginen que quizás esta historia aún sigue, imaginen que dejé de ser la cobarde que no sabía amar.



m.

viernes, 1 de abril de 2011

Lo que vi cuando cerré los ojos

Desorden.
Olvidar, no escuchar.
Convertirme en una actriz perdida.
Nada de dramas, nada de crisis.
Aparecer en el sauce de mis ocho años,
o en el parque koke jugando con las hojas.
Entendiendo poco.
Una vida nueva.
Sin recuerdos.
Con recuerdos.
El sol que atonta los sentidos,
mis palabras sin sentido.
Ese atardecer en Punta de Lobos,
con el hermoso cactus lila.
El olor a jazmín en el balcón de mi abuelo.
Escúchame aunque no entiendas lo que digo.
Escúchame por si muero en la madrugada.
Escúchame,
para que me puedas recordar cuando desaparezca en la mañana.



m.