Nos conocimos por el camino, nos topamos, nos encontramos cuando él estaba a una escala de ser feliz y yo que ya era del todo feliz, lo encontré cuando estaba a punto de caer. Polos opuestos, dos maneras de ver la vida que en sí no coincidían en nada, pero que juntas podían cambiar algo. Creo que los dos supimos desde un principio que aquella historia nos daría para mucho. Cuando nos conocimos él estaba a punto de hablar con suspiros de la felicidad, su rutina cambió en nada. Al principio me gustaba pensar que yo era ese algo que le faltaba en la vida, ese algo que haría que se diera cuenta de que no había vivido tanto hasta ese momento. Y me lo agradecería, pensaba ¿Qué más puede pedir? Si sé hablar de los temas que a nadie le importa, a nadie menos a él, sé encontrar la manera perfecta para que los domingos no fueran aburridos, sé encontrar el lado bueno de las clases de filosofía, sé manejar sentimientos como quien maneja un lápiz casi sin tinta. ¿Qué más podía pedir? Me consideraba una adolescente casi perfecta dentro de lo normal, las demás eran aburridas y aunque fueran más guapas siempre serían más huecas.
No recuerdo la primera vez que lloré por él, o por culpa de ella mejor dicho. Lloré porque me sentí pequeña, aún teniendo todas esas cualidades, aún creyéndome especial casi siempre, me sentí pequeña porque ella parecía conocerle y yo no. Y tuve miedo a nunca poder conocerle del todo. Ella conocía lo peor de él y quería lo mejor. Yo sabía su nombre, conocía su voz a la perfección, y estaba totalmente loca por sus ojos. Intenté apartarme de su camino, pensando que quizás ella también tenía esas cualidades que tenía yo y encima me superaba en algo, debía superarme, necesitaba que me superara en lo que fuera, sino no encontraba ningún sentido. Cuando me aparté, ni siquiera se dio cuenta y poco después me estaba pidiendo que le acompañara en un sueño. Antes de conocerle ya sabía que cambiaba los sueños, pero jamás pensé que fuera capaz de cambiar el mío. Dudé que fuera capaz de hacerme creer en aquel sentimiento, no me gusta decir su nombre, da mala suerte. Pero tuve que recordarlo cuando me vino a la mente una frase de algún escritor olvidado, no me acuerdo de su nombre, nadie se acordará del mío tampoco, la frase decía algo así “hay personas que creen no merecer el amor, se suelen dirigir hacía los espacios vacíos, para así tapar las brechas del pasado”. Me dolió que fuera tan cierta y que quizás no tuviera el valor de decirle nunca que conocía todo eso de él, y aún más, que deseaba conocerle mejor. No quería morir y que en mi epitafio pusieran “fue una cobarde a la hora de amar”, y esa sí que me caía como anillo en el dedo. Él estaba roto en pedazos, y yo esperaba cualquier momento para acercarme a él y decirle que quizás le faltaba algún trozo que sólo yo podía tener. Pero en la vida muy pocas veces había tenido este valor, y solía estrellarme casi siempre.
El final de todo esto quizás alguna vez lo cuente. Imaginen que quizás fui capaz de acercarme a él y decirle todas estas tonterías, o que quizás fueron mis letras quienes le hicieron darse cuenta de todo lo que decía, imaginen que quizás vivimos unos meses perfectos, o parecidos a lo que suelen llamar perfección. Imaginen que quizás nos entendíamos bien y supo domarme hasta el punto de dejar de ser una mimada. Imaginen quizás que conmigo se recompuso y que sin cambiar su manera de pensar cambiamos una pequeña parte del mundo. Imaginen que quizás esta historia aún sigue, imaginen que dejé de ser la cobarde que no sabía amar.
m.