viernes, 20 de agosto de 2010

Ella

Se despertó aturdida en el suelo de su habitación, al lado de la puerta. Tardó como cinco minutos en poder moverse bien, todo estaba borroso. Sentía que ni respiraba. Se toca sus pies, los cuales estaban completamente helados por culpa de la cerámica. Aún llevaba puesta la chaqueta, los pantalones medios desabrochados y los zapatos de la noche anterior, seguramente ni se molestó en llegar a la cama, si es que llegó sola a su pieza. Al momento que se le quitó el aturdimiento trató de recordar lo que había pasado anoche. Tenía ese dolor que se siente antes de sentir, antes de que se te queme la piel y todo eso. Se paró, Caminó unos cuantos pasos, Se lavó la cara y recordó que a las 12:00 am se verían en el bar de bellavista.
Sin duda despertó mucho peor de lo que había estado antes de irse a dormir o de desmayarse en el suelo. ¿Quién fue el idiota que le dijo que mañana todo sería mejor? Todos lo sabían, menos ella. ¿Cómo iba a saberlo? Se sentía tan pequeña, tan necesitada de alguien, pero aún así tenía miedo. Se sentó en la cama y empezó a mover las piernas. No quería que el corazón se le volviera a romper, porque sabía que ni el pegamento más rebuscado iba a volver a pegar todos los trozos para volver a comenzar. Ella no pidió que nadie llegara a su vida, pero sin querer una sonrisa se le clavó en la cara. No podía engañarse a sí misma, ya que lo único que quería era que avanzaran luego las horas para darle un abrazo y decirle que lo de la noche anterior no había sido sólo producto de las 5 cervezas y dos piscolas. Quería sentir por largo tiempo ese olor con mezcla de sudor y de colonia, mezcla de calor y de amor. Empieza de a poco a recordar lo sucedido. Él estaba sentado a 10 pasos de ella y conversaba con sus amigos. La empezó a mirar detalladamente como cuando alguien va a un museo y observa los cuadros más de 5 min, porque sabe que no los verá nunca más. Se puso nerviosa, más aún porque se encontraba sola en ese sofá negro, antiguo y con el cuero ya descascarado. En ese mismo instante él está cuchicheando con sus amigos y en menos de dos segundos estaba a sólo dos pasos de ella (para ella era como estar a dos pasos del paraíso). La tomó de las manos y la llevó a un lugar más apartado, Le cerró los ojos, La besó y le hizo un amor casi inacabado. Fue todo tan rápido que pedía a gritos que la noche no acabara. Pero sí, ya era hora de marchar, y sabía que a esa hora ya veía dos luces en una. Él suavemente le susurró en el oído: “Veámonos mañana a las 12:00 am en este mismo lugar”. Ella no dijo nada, era como si la voz la hubiese tenido atrapada en la garganta. Fue al baño a mojarse la cara y se sintió tan llena como vacía a la vez, no quería sufrir otra vez. Tenía esa extraña sensación de cuando vuelves a casa con unos labios de resaca, irritados y con algo más de color. Todo, exactamente todo le sabía a echar de menos. Y es ahí cuando pensó que se metería a cualquier lluvia, y hasta se atrevería a ganar batallas. Sólo una vez se había sentido así, y sabía que cuando llega el amor todo es confuso y ambiguo.
De repente se aproxima la hora del encuentro. Tenía dos horas para prepararse, no sabía qué ponerse, no sabía bien qué decirle, no sabía nada.
Después de haberse probado mil quinientas tenidas de ropa, se decidió por una polera escotada negra y un jeans que hace un tiempo él le había dicho que le gustaba. A consecuencia de la noche anterior, tenía cara de fantasma, sin embargo, al momento de maquillarse optó por algo natural. No quiso ir demasiado formal, pues no quería hacerlo sentir importante, y mucho menos especial. Sólo quería decirle todo lo que sintió la noche anterior, explicarle que ya no quería buscar más respuestas, ya las había encontrado. Salió de su casa en dirección al bar. Caminaba rápido, pero a pasos cortos. No sabía si tiritaba de frío o porque aún sentía su olor en la piel.
Eran las 12:00 am, y ahí estaba ella, sentada, fumándose un cigarro, su corazón latía a mil por hora.
12.05 am.
Allí estaba ella, sentada, apagando el primer cigarro y echando puteadas por su impuntualidad.
12.10 am.
Allí estaba ella, sentada, prendiendo otro cigarro, y retocándose los labios.
12.20 am.
El mozo le preguntó si quería consumir algo, ella respondió que mejor esperaría a la otra persona para comenzar.
12.40 am.
La gente la miraba, ella se sentía muy mal, ya había perdido todas las esperanzas.
12.50 am.
No quiso esperar más, tenía mucha vergüenza, mucha impotencia, el odio estaba en su cuerpo.
Se levanta y se va. Vuelve a su casa y llora todo lo que no había llorado en 22 años. Siente que nada hace bien, que es patética, que siempre tiene la culpa de todo, y que ser tan impulsiva le juega en contra. Va hacia el refrigerador y agarra toda la comida que puede con sus manos.
Y allí estaba ella, la misma del sofá negro, la misma de los amores inacabados, tirada en la cama, comiendo dulces y mirando películas de amor. Nadie iba a poder entender lo que sintió en esos momentos, ni hoy ni en muchas mañanas. Nadie iba a ser escuchado por ella.
¿Y él?... ¿Por qué no fue él? Porque lo llamó una putita suelta que siempre lo anduvo persiguiendo.

Sí lectores, mientras ella iba por su quinto paquete de pañuelos, él iba por su cuarto polvo en una hostería de mala muerte.


m.

Todo ha cambiado,
y hasta el aire sigue igual.

jueves, 19 de agosto de 2010

Lo que no hago bien

Sería más fácil nombrar las cosas que no sé hacer, en vez de referirme a las que soy buena.
No cocino, haciendo aseo soy un desastre. Soy incapaz de mantener mis cosas en orden y lo pierdo todo. Me gusta la música, pero cuando canto, desafino totalmente. Soy muy torpe y no sé clavar un clavo. No poseo el menor sentido de la orientación y suelo confundir la derecha y la izquierda cuando está una persona en frente mío. Cuando me enojo demasiado, puedo llegar a romper cosas; Hojas, lápices y en casos extremos doblo cucharas. Después me arrepiento, pero en aquel momento, no puedo controlarme. No tengo ningún peso ahorrado. Soy impulsiva y, a veces, hasta vengativa. Por una extraña razón me siento incómoda cuando estoy rodeada de mucha gente. Tengo muy pocos amigos y bastantes conocidos. Soy muy lenta tomando apuntes, Sin embargo, con el pc, sé escribir muy rápido sin mirar el teclado. No soy muy buena deportista. Excepto cuando me dio peste cristal, nunca he estado enferma (soy hipocondríaca que es muy distinto). Respecto a la puntualidad, nunca llego a la hora a ningún lado. Con la comida tengo mil manías. No como pantrucas. Prefiero ver películas en vez de estar en el computador. Casi siempre tengo alguna salida tonta de orgullo. Si no me despiertan sería capaz de dormir todo el día. Veo las noticias por el solo hecho de que estudio periodismo, porque en el fondo de mí las detesto. No me hables cuando ando con la regla, soy insoportable y antipática. No tengo ninguna carie. Y el español es el único idioma que hablo bastante bien.



m.

sábado, 14 de agosto de 2010

No es él

Se sienta algo infausto frente al espejo del baño y no se pregunta por nada. Sólo intenta encontrar quién se esconde detrás de aquella imagen, y sobre todo trata de darse cuenta si el lenocinio es el refugio que siempre quiso encontrar. Se quita el maquillaje para volver a su pálida cara. Cree a ciegas que necesita bastante rubor para verse guapo. Abre los ojos y empieza a despedirse de Antonella Benedetti y con un poco de presión en las venas se pone unos jeans y una camisa anaranjada. Nunca ha sido un buen mentiroso, ni mucho menos ha estado cerca de convertirse en actor, pero hay que admitir que frente a sus padres trataba de evadir las preguntas poniendo cara de atolondrado, con el fin de hacerles entender que no tenía ni una pizca de idea de lo que le hablaban.

Odiaba ser viril, y en las noches cuando estaba un poco letárgico trataba de entender por qué le tocó ese cuerpo poco femenino. Le asustaba tanto el hecho de que no lo aceptaran, que cuando la luz del día alumbraba los cielos sonreía de pura sensibilidad, yo creo que lo hacía para convencerse de que aún era feliz. De repente vuelve al baño. Eran las 4:30 A.M y se acuerda de que todavía cree en los milagros. Se apoya en el alfeizar de la ventana y por veinte segundos se pone a mirar un cielo casi imperfecto con la esperanza de que sus ojos lívidos tuvieran el agrado de divisar una estrella fugaz. Ni que Dios hubiese querido que su suerte cambiara, porque justo a las 4:41 A.M pasó el astro más potente que nunca antes había contemplado. Aún no logro entender cómo un pedazo de roca puede cambiar la inseguridad y la personalidad voluble de alguien, pero esa noche no buscó más respuestas en el espejo, se encontró dentro del pedazo de vidrio. No era él, era ella.


m.