Se despertó aturdida en el suelo de su habitación, al lado de la puerta. Tardó como cinco minutos en poder moverse bien, todo estaba borroso. Sentía que ni respiraba. Se toca sus pies, los cuales estaban completamente helados por culpa de la cerámica. Aún llevaba puesta la chaqueta, los pantalones medios desabrochados y los zapatos de la noche anterior, seguramente ni se molestó en llegar a la cama, si es que llegó sola a su pieza. Al momento que se le quitó el aturdimiento trató de recordar lo que había pasado anoche. Tenía ese dolor que se siente antes de sentir, antes de que se te queme la piel y todo eso. Se paró, Caminó unos cuantos pasos, Se lavó la cara y recordó que a las 12:00 am se verían en el bar de bellavista.
Sin duda despertó mucho peor de lo que había estado antes de irse a dormir o de desmayarse en el suelo. ¿Quién fue el idiota que le dijo que mañana todo sería mejor? Todos lo sabían, menos ella. ¿Cómo iba a saberlo? Se sentía tan pequeña, tan necesitada de alguien, pero aún así tenía miedo. Se sentó en la cama y empezó a mover las piernas. No quería que el corazón se le volviera a romper, porque sabía que ni el pegamento más rebuscado iba a volver a pegar todos los trozos para volver a comenzar. Ella no pidió que nadie llegara a su vida, pero sin querer una sonrisa se le clavó en la cara. No podía engañarse a sí misma, ya que lo único que quería era que avanzaran luego las horas para darle un abrazo y decirle que lo de la noche anterior no había sido sólo producto de las 5 cervezas y dos piscolas. Quería sentir por largo tiempo ese olor con mezcla de sudor y de colonia, mezcla de calor y de amor. Empieza de a poco a recordar lo sucedido. Él estaba sentado a 10 pasos de ella y conversaba con sus amigos. La empezó a mirar detalladamente como cuando alguien va a un museo y observa los cuadros más de 5 min, porque sabe que no los verá nunca más. Se puso nerviosa, más aún porque se encontraba sola en ese sofá negro, antiguo y con el cuero ya descascarado. En ese mismo instante él está cuchicheando con sus amigos y en menos de dos segundos estaba a sólo dos pasos de ella (para ella era como estar a dos pasos del paraíso). La tomó de las manos y la llevó a un lugar más apartado, Le cerró los ojos, La besó y le hizo un amor casi inacabado. Fue todo tan rápido que pedía a gritos que la noche no acabara. Pero sí, ya era hora de marchar, y sabía que a esa hora ya veía dos luces en una. Él suavemente le susurró en el oído: “Veámonos mañana a las 12:00 am en este mismo lugar”. Ella no dijo nada, era como si la voz la hubiese tenido atrapada en la garganta. Fue al baño a mojarse la cara y se sintió tan llena como vacía a la vez, no quería sufrir otra vez. Tenía esa extraña sensación de cuando vuelves a casa con unos labios de resaca, irritados y con algo más de color. Todo, exactamente todo le sabía a echar de menos. Y es ahí cuando pensó que se metería a cualquier lluvia, y hasta se atrevería a ganar batallas. Sólo una vez se había sentido así, y sabía que cuando llega el amor todo es confuso y ambiguo.
De repente se aproxima la hora del encuentro. Tenía dos horas para prepararse, no sabía qué ponerse, no sabía bien qué decirle, no sabía nada.
Después de haberse probado mil quinientas tenidas de ropa, se decidió por una polera escotada negra y un jeans que hace un tiempo él le había dicho que le gustaba. A consecuencia de la noche anterior, tenía cara de fantasma, sin embargo, al momento de maquillarse optó por algo natural. No quiso ir demasiado formal, pues no quería hacerlo sentir importante, y mucho menos especial. Sólo quería decirle todo lo que sintió la noche anterior, explicarle que ya no quería buscar más respuestas, ya las había encontrado. Salió de su casa en dirección al bar. Caminaba rápido, pero a pasos cortos. No sabía si tiritaba de frío o porque aún sentía su olor en la piel.
Eran las 12:00 am, y ahí estaba ella, sentada, fumándose un cigarro, su corazón latía a mil por hora.
12.05 am.
Allí estaba ella, sentada, apagando el primer cigarro y echando puteadas por su impuntualidad.
12.10 am.
Allí estaba ella, sentada, prendiendo otro cigarro, y retocándose los labios.
12.20 am.
El mozo le preguntó si quería consumir algo, ella respondió que mejor esperaría a la otra persona para comenzar.
12.40 am.
La gente la miraba, ella se sentía muy mal, ya había perdido todas las esperanzas.
12.50 am.
No quiso esperar más, tenía mucha vergüenza, mucha impotencia, el odio estaba en su cuerpo.
Se levanta y se va. Vuelve a su casa y llora todo lo que no había llorado en 22 años. Siente que nada hace bien, que es patética, que siempre tiene la culpa de todo, y que ser tan impulsiva le juega en contra. Va hacia el refrigerador y agarra toda la comida que puede con sus manos.
Y allí estaba ella, la misma del sofá negro, la misma de los amores inacabados, tirada en la cama, comiendo dulces y mirando películas de amor. Nadie iba a poder entender lo que sintió en esos momentos, ni hoy ni en muchas mañanas. Nadie iba a ser escuchado por ella.
¿Y él?... ¿Por qué no fue él? Porque lo llamó una putita suelta que siempre lo anduvo persiguiendo.
Sí lectores, mientras ella iba por su quinto paquete de pañuelos, él iba por su cuarto polvo en una hostería de mala muerte.
m.
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