lunes, 7 de noviembre de 2011

Amnesia

Me murmurabas frases melancólicas de autores de la generación de los cincuenta. Te apoderabas de mis orejas cuando no te escuchaba y volvías a murmurar frases melancólicas de esos autores americanos. Y pensábamos escribir nuestra historia y construir universos paralelos para que nadie rompiera nuestra burbuja, hasta que se nos acabó la mecha. La chispa que nos unió por tantos amaneceres desapareció de golpe. Un 8 de julio nos despertamos y nos miramos como dos extraños, desnudos en las mismas sábanas. Nos miramos hasta penetrarnos en la retina y empezamos a acercarnos al punto de que nuestros cuerpos casi se tocaran, y con la inocencia de los niños nos hurgamos el uno al otro la cara, asombrados de que aquel rostro no nos fuera familiar. Y bajaste tu mano por mis senos y seguí sin sentir nada, hice lo mismo por tu pecho mientras tu cara dilucidaba frialdad, y ahí estábamos, dos desconocidos tratando de provocar algo en el otro. Mi memoria se enojaba al recordar esas frases melancólicas murmuradas, porque no parecían propias de alguien, era como un largometraje proyectado por algún rincón de mi desordenada cabeza, una historia sin dueño y que de pronto surgió en una mente cualquiera, en la mía. Nos observábamos como dos amnésicos que se encuentran por primera vez en su vida. Ni siquiera fuimos capaz de decirnos nada, arrancamos del lugar como si de una balacera de tratara. Supongo que los dos teníamos miedo de que la voz del otro terminara por arrancarnos el corazón.


m.

lunes, 26 de septiembre de 2011

La puta favorita


La última vez que hicimos el amor, me agarró fuerte la nuca y me dijo puta con los ojos. Me gustaba que lo dijera, o más bien que lo pensara, hacía que me sintiera como un pájaro sin ataduras y menos vulnerable a su piel. Como si el apego jamás hubiera existido y se tratara simplemente de carne, en todas sus letras. Así que lo miré fijamente para disminuirlo !Cómo gozaba hacerlo dudar de lo que sentía! y lo lograba, pues a pesar de que creía que varios habían pasado por mis piernas, no dejaba de amar cada centímetro de mi cuerpo.

Él sabía que no habría otra como yo, y que su crueldad se dispersaba apenas me acercaba y tocaba sus manos, su pelo, o lo que fuera. No me creía la mejor jugada de sus cartas, ni el último suspiro que viviría en su corta vida, por el contrario, estaba lejos de ser la mujer perfecta. Lo hacía pasar vergüenzas en la vía pública y me enamoraba de cada persona que me prestaba atención. Y parece que con el tiempo lo aceptó y prefirió dejarme ir. Lo encontré razonable, no me gustaba sentir esa presión de justificar mis conductas. Y el chico no lloró, mas todas las noches buscó mi calor en el lecho de falsas mujerzuelas.

No lo volví a ver. Con el pasar de los años supe que me había llevado una gran parte de su alma, que extrañaba mi inestabilidad emocional y poca preocupación. A la fecha que me enteré de eso, ya me estaba volviendo una mujer aburrida, estable, con rutina prolongada y muy atenta a lo que pasaba en mi alrededor. No podía estar con él ni con nadie, y si lo pienso ¡qué más da! le advertí que no se acostumbrara a mí. Ni a mis besos, ni a mi olor, ni a mi risa, ni a cómo lo miraba o dejaba de mirar, ni a mi rabia, ni a mi dramatismo, ni a todo lo que me constituía. Le dije que algún día me iba a marchar y que echaría de menos esas cosas si estaba acostumbrado.



m.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Para ti, Diego

Podría explicarte con una simple palabra todo lo que me haces sentir, pero va más allá de eso y de lo que puede envolver una frase. Yo te amo por varias cosas (por no decir bastantes) y creo con urgencia que necesitas saberlo.

Amo que no duermas más allá de las 11 AM y que me incluyas en tu vigilia dándome besos y haciéndome cariño. Que prendas el televisor como estrategia de llamar mi atención y que tengas victoria y yo te abrazo y no me enojo y te lleno de besos porque despertar a tu lado es un regalo, y no me pongo idiota y lo disfruto y me dejo caer en tu piel. Amo que seas el más tierno y que no te aburras de entregar amor, que no lo hagas por obligación sino porque te nace y siempre has sido así de atento y caballero, y que me mimes pero no excesivamente porque me conoces y sabes que es posible que me convierta en la más regalona, entonces estás al tanto de tus límites y los míos y más me voy enamorando porque nadie me sabe llevar como lo haces tú y quizá eso era lo que me faltaba, pues voy entendiendo que amar es aceptar las manos del otro y aprender a disfrutar las mañas de la pareja. Y avanzo otro paso más y empiezo a amar las vueltas que te das en las noches, que no te preocupes por nada que no sea de vida o muerte y de repente me empapo de ti y ya no soy tan dramática y no necesito discutir por el simple hecho de que caminaste dos pasos más que yo o porque llegas muy temprano y ni siquiera estoy lista, y me explicas que yo soy la impuntual y me callo, tienes razón siempre lo he sido y te pido perdón y me perdonas porque ya estamos juntos y eso es lo que importa y cocinamos y te encanta la pimienta y a mí también, y comemos la especialidad de la casa y jamás nos aburre porque nos queda rico y te miro y me encanta como tomas el cuchillo y tenedor y que tengas estómago de mujer y que yo me coma todo y tu dejes porque siempre te sirvo más. Y te sigo mirando y te sigo amando, pues no necesito de nadie más y dicen que eso es bueno. Amo que a veces seas ingenuo y me preguntes si te amo y que te brillen los ojos como si no conocieras la respuesta, y yo te digo que cada día más y me sonríes y dices que tú más y siento cosquillas y risa a la vez porque caemos en lo surreal y no te hablo y me miro a través de ti y comprendo que aún no dimensionas lo que causas en mí y me dan ganas de gritarte que ya no basta con mi cuerpo que tirito cuando te pienso y lloro cuando te vas, pero lo ignoras porque nunca te lo había dicho hasta ahora. Y me siento afortunada porque sé que eres más de lo que me merezco, pero justo lo que necesitaba para ser feliz.


m.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Echarte de menos

Sucede que para variar te echo de menos, y creo que empecé a experimentar esto desde la primera vez que tus manos me tocaron. Y sé que te echaré de menos siempre, aunque siempre es demasiado. Hasta cuando me olvides creo que te seguiré echando de menos, aunque no lo entienda ni lo recuerde. Lo haré hasta que esta luna deje de alumbrar. Lo seguiré haciendo más allá de mi posibilidad de amar, a ti o a quien sea. Pero no sólo te echo de menos a ti, aunque te dedique esta parte. ¿ves cómo te echo de menos? me refiero, que creo que echo de menos a todas las sensaciones que he aprendido a disfrutar desde que te conozco. Ese cosquilleo que siento cuando sé que te voy a ver. Mi piel erizada con tus besos. Las ganas de innovar. Caminar por Santiago. Son cosas que no tienen que ver contigo, o no directamente, y quizá sí sea una locura, pero es tan bonito que me hace escribir esto, o será que hoy me haces más falta de lo normal y estoy sincera. Y estoy casi anesteciada porque creo que tu también me echas de menos. Esas cosas se saben, como sabrás algún día que lo hago por ti, a cada instante y en cada noche que abrazo la almohada. Echo de menos una de esas risitas tan tuyas o un beso de esos, que hace que se me despeguen los pies de la tierra y ni siquiera me acuerde de cómo volver a mi lugar. Aunque cuando lo explico así suena absurdo, absurdo sería pensar que no entenderás lo que trato de decirte.



m.

sábado, 2 de julio de 2011

Lo que sentí esa semi-noche

Estaba sentada con la mirada un poco desorbitada. Llevé mi cigarro a la boca, ya ni me acuerdo de la última vez que había fumado con tantas ganas, sé que había sido hace mucho al menos cuando aún creía en el amor. La noche empezaba a darle cabida al día cuando entendí que, al parecer, algo me pasaba con aquel tipo de personalidad deslumbrante. Fumé con prisa, uno, dos... Quizá hasta cuatro cigarros, no tuve tiempo de contarlos. Él estaba conversando con sus amigos y sentí miedo de que se me acercara, de que todo aquello que creí sentir pasara más allá de mi mente. Apareció a lo lejos con unos jeans claros y un polerón negro, con una cara de niño cuando quiere algo y con una excusa en la boca. Le dije que era probable que estuviera fuera de mis cabales y que no quería fumar más, me preguntó como unas cien veces si estaba aburrida, le dije algo así como que tenía sueño, y realmente lo único onírico era tenerlo a tan pocos pasos de mí. Quiso saber cuánto rato llevaba sentada en el auto, le mentí quitando unos diez minutos, suspiró como si estuviera más tranquilo al escucharlo, siempre estaba preocupado de que la pasáramos bien. De todos los días que estuve con él, nunca le había visto tan guapo, quizá fuera aquella semi-noche, un algo especial, o quizá fuera su olor. No lo sé, sólo sé que las miles de palabras que intercambiamos no me importaron demasiado. No dejaba de mirarle a los ojos... Debo haber sido muy notoria porque cuando se dio cuenta apartó la vista y sonrío con esa sonrisa que sólo él sabe regalar. No recuerdo el momento exacto en que el tiempo se paralizó, pero en cosa de segundos sentí su mano en mi nuca, noté sus labios y los míos como entrelazados, un escalofrío por todo el cuerpo y la sensación de que aquel beso mediría el resto de los besos de mi vida.



m.

miércoles, 15 de junio de 2011


A veces me gustaría poder borrar episodios, caras o simplemente lugares, mas todas esas cosas son las que hoy me definen como persona. No sería ni la mitad de lo que soy, si no fuera por todo lo vivido en estos veintiún años.

martes, 14 de junio de 2011

1/8 de mí

Para ser sincera, no me importa quién ve mi blog. Tampoco me interesa redactar cada palabra para que la puedan entender, ni mucho menos ocupar un vocabulario rebuscado y jurarme Neruda. Soy pésima en léxico y el que me conoce lo sabe. Sólo me dedico a escribir y cuando releo mis textos ni yo me la creo, pues la mayoría de las veces no entiendo de dónde saco tanta lesera junta. Soy una ciudadana de tomo y lomo coloquial, no filtro nada de lo que digo, pregunto todo lo que se me viene a la cabeza y después de mí no hay persona más enredada para hablar. Me cuestiono la existencia de todas las cosas que observo y también de las que no están a mi alcance, sí, mis dudas suelen aburrir y es que no puedo evitar querer saber lo que a otros ni siquiera les interesa. Me acuesto pensando qué sucede cuando se nos acaba el aliento, y diariamente analizo si será verdad que Dios tiene un plan para todos, lo analizo porque de no ser así se me erizan los pelos y siento cómo el pánico irrumpe en mi vida. Soy una fiel creyente de los extraterrestes y caigo en lo absurdo, tanto así que he llegado a trastornarme con el tema. Mi imaginación no tiene límites y lo pude comprobar a mis siete años cuando por primera vez tuve un amigo imaginario, se llamaba Rino y era un Rinoceronte morado. Lo dejé de ver por razones obvias... Ocupaba mucho espacio. También debo decir que no tengo nada de matemáticas en la piel, en ningún aspecto las sé aplicar, por lo mismo no soy cuadrada para pensar, no puedo, mi mente no me lo permite y siempre veo más de cinco dedos en una mano. Por otra parte, estoy a favor de las liberaciones sexuales. Me gustan los perros. Odio los gatos. Exagerada hasta decir basta. Hipocondríaca. Impulsiva e impaciente. Mantengo una profunda admiración por Dostoievski. Inevitablemente siempre creo que mi vida es una película o un libro, no sé, y la dramatizo al punto de no saber distinguir entre lo real y lo ficticio, es por eso que escribo, pues no podría sostener tanto en mi memoria, me frustraría y una vez más me terminaría pareciendo a la palabra melancolía.


m.


martes, 7 de junio de 2011

Me tardó

Sin duda mi pasatiempo favorito en este último tiempo ha sido perder mi tiempo contigo, de todas las maneras posibles. Lo perdemos de una manera tan natural que no tengo la impresión de gastar el tiempo.

Soy indudablemente más grande de lo que era cuando nos conocimos, pero no me refiero a mi tamaño. Me refiero a todo lo que tengo de ti también. Me tardó unos meses darme cuenta de que la textura de tu pelo es distinta a todas las demás, que el sonido de tu voz es indefinible porque créeme que he intentado describirlo. Tardé en saber que me gusta discutir contigo sólo porque me encanta que nos reconciliemos, en creer que cuando me dices te quiero es verdad. Tiempo en saber que no te gusta leer y que aún así me lees porque te intriga saber lo que pienso. Ahora sé que quizás no haya tacto que supere el tuyo, ni paciencia que supere la nuestra conjunta. Tiempo en ver la perfección de tus defectos, y que mi rabia es miedo a perderte. Y mira, pues partimos de la nada. Partimos de mi escepticismo y tus ganas de hacerme ver las cosas desde otro punto de vista, de mis ojos marrones oscuros y los tuyos de un extraño verde deslumbrante, de mi sueño más allá de las doce y de tu manía por despertar temprano aunque no hagas nada. Partimos de algo abstracto que fue tomando forma con el tiempo, algo abstracto que sin que sus pintores lo supieran fue creando un todo. Partimos de tus miradas pensativas y mi ruido constante. Y no nos hemos equivocado en ningún momento, y si ha sucedido lo hemos sabido tapar a la perfección. Y quizás nos equivoquemos hasta que duela. Y espero que vengas, me des un beso en el cuello y me recuerdes que no hay nadie más cursi que yo, y que eso te encanta.


m.

lunes, 16 de mayo de 2011

Dios sabe

No me busques con la intención de encontrar eso que crees que te falta. No me llames para escuchar el sonido de tu interior, eso sí que no va conmigo. No quiero que me ames sin amor, ni tampoco que me odies por odiar. No deseo que me anheles por necesidad y que te deshagas cuando me retiro. No quiero nada de eso, nunca me han gustado esas cosas. Nunca me ha gustado que me hagan sentir como la princesa que no perdió el zapato, esa que tenía el puesto listo al lado de su príncipe. Simplemente busco lo diáfano. Busco nuestros besos escondidos en la almohada. Busco escribirte sin escribirte, pues no escribir sería perderte. Busco que nos sintamos sin tocarnos, escucharnos sin oírnos y mirarnos aun sin tenernos cerca, empaparnos de miel porque se puede. Y sé que quizá pido mucho y no son más que fantasías que pienso los lunes en la tarde producto de mi agotamiento mental, pero no voy a perder la fe, no, no la perderé... Dios sabe de lo que estoy hablando.


m.

viernes, 6 de mayo de 2011

Sin burbuja

Me pasa por las venas esa sensación de mundo perdido. De repente me encuentro con los hombros cansados de soportar tanta desilusión, conmigo misma. Nunca sé si las decisiones que tomo son las correctas, deberían ser las correctas... o quizás no, quizás para variar me estoy equivocando. Llevo soportando demasiado, sin ser capaz de soltar los ladrillos impregnados en mi espalda, y mis pies vacilan, vacilan al punto de no saber si tendrán la fuerza de seguir avanzando. Y otra vez me encuentro aquí, digo aquí por decir algo, podría decir allí o en cualquier rincón olvidado, pues no sé dónde estoy ni cuánto tiempo me queda en este vacío lugar.


m.

jueves, 5 de mayo de 2011

¿Y si te quedas esta vez?

Deseaba escuchar un poco más de ti, deseaba que me arrancaran los ojos para no tener que presenciar el momento en que te marchabas. Deseaba mucho, pero sabía que mi cuerpo no iba a conseguir ni siquiera la mitad de lo que a gritos pedía mi alma. Quizás podía intentarlo, pero no lo hice... no lo hice porque el nudo que quedaba en mi garganta cada vez que te alejabas de mí no me permitía abrazarte con todas mis fuerzas. Era inútil pedirte que te quedaras porque yo misma sabía que no podías hacerlo, o quizás sí. Entonces mientras te apretaba fuerte la mano, comencé a pensar en voz alta sin darme cuenta. "Imagínate que solo por esta vez te quedas y no tenemos que dar explicaciones a nadie, y no importa el tiempo que pase mientras tengamos el calor de nuestros cuerpos. Y no importa lo que dirán mañana sino que ahora estemos aquí. No quiero que tomes ese tren, que te alejes ni un solo centímetro de mí, aunque sea sólo por hoy". En el momento que pronuncié la última palabra noté que me mirabas atolondrado por lo que había dicho. "¿De nuevo pensé en voz alta?" Sonreíste. Supongo que a esa hora ya me había vuelto loca, pero nadie entendería las ganas que tenía de llenarme de ti. Y no soportaba aquél agujero, ese que quedaba cada vez que el otro se marchaba. Era una de esas pruebas de alto riesgo para ver si eramos capaces de aguantar, y por mucho tiempo creí que no lo íbamos a lograr, pero estaba equivocada... De pronto una voz de niña desvalida me salió y te dije "Quédate conmigo, aunque sea sólo por esta noche".


m.

El escritor y sus padres

Cuando tenía quince años, le dije a mi madre:
-He descubierto mi vocación: quiero ser escritor.
-Hijo mío -respondió ella, con aire triste -tu padre es ingeniero. Es un hombre lógico, razonable, con una visión precisa del mundo. ¿Tú sabes lo que es ser un escritor?
-Alguien que escribe libros.
-Tu tío Haroldo, que es médico, también escribe libros, y ya publicó algunos. Sigue la facultad de ingeniería y tendrás tiempo para escribir en tus momentos libres.
-No, mamá. Yo quiero ser solamente escritor. No un ingeniero que escribe libros.
-¿Pero tú ya has conocido a algún escritor? ¿Alguna vez viste a algún escritor?
-Nunca. Sólo en fotografías.
-Entonces, ¿cómo quieres ser escritor sin saber bien lo que es eso?
Para poder responder a mi madre resolví hacer una pesquisa. Y he aquí lo que descubrí sobre lo que era ser un escritor en el inicio de la década de los sesenta:
Un escritor siempre usa lentes, y no se peina bien. Pasa la mitad de su tiempo con rabia de todo, y la otra mitad deprimido. Vive en bares, discutiendo con otros escritores, también con lentes y despeinados. Habla difícil. Tiene siempre ideas fantásticas sobre su próxima novela y detesta la que acabó de publicar.
Un escritor tiene el deber y la obligación de jamás ser comprendido por su generación -o nunca llegará a ser considerado un genio, pues está convencido de que nació en una época en la que la mediocridad impera-. Un escritor siempre hace varias revisiones y alteraciones en cada frase que escribe. El vocabulario de un hombre común está compuesto por 3.000 palabras; un verdadero escritor jamás las utiliza, ya que existen otras 189.000 en el diccionario, y él no es un hombre común.
Solamente otros escritores comprenden lo que un escritor quiere decir. Aún así, él detesta secretamente a los otros escritores, ya que están disputando las mismas plazas que la historia de la literatura deja a lo largo de los siglos. Entonces, el escritor y sus pares disputan el trofeo del libro más complicado: será considerado el mejor aquel que consiguió ser el más difícil.
Un escritor entiende de temas cuyos nombres asustan: semiótica, epistemología, neoconcretismo. Cuando desea impresionar a alguien dice cosas como “Einstein es burro” o “Tolstoi es un payaso de la burguesía”. Todos se escandalizan, pero comienzan a repetir a otros que la teoría de la relatividad es errónea y que Tolstoi defendía a los aristócratas rusos.
Un escritor, para seducir a una mujer, dice: “Soy escritor”, y escribe un poema en una servilleta: funciona siempre.
A causa de su vasta cultura, un escritor siempre consigue empleo como crítico literario. Es en este momento cuando él muestra su generosidad, escribiendo sobre los libros de sus amigos. La mitad de la crítica está compuesta por citas de autores extranjeros; la otra mitad son los tales análisis de frases, siempre empleando términos como “el corte epistemológico” o “la visión integrada en un eje correspondiente”. Quien lee la crítica comenta: “¡Qué hombre tan culto!”. Y no compra el libro, porque no sabrá cómo continuar la lectura cuando aparezca el corte epistemológico.
Un escritor, cuando es convidado a comentar lo que está leyendo en aquel momento, siempre cita un libro del que nadie oyó hablar.
Solo existe un libro que despierta la admiración unánime del escritor y sus pares: Ulises, de James Joyce. El escritor nunca habla mal de este libro, pero cuando alguien le pregunta de qué trata, nunca consigue explicarlo bien, dejando dudas sobre si realmente lo leyó. Es un absurdo que Ulises jamás sea reeditado, ya que todos los escritores lo citan como obra maestra; tal vez sea la estupidez de los editores, dejando pasar la oportunidad de ganar mucho dinero con un libro que todo el mundo leyó y a todo el mundo gustó.
Provisto de todas estas informaciones, volví a mi madre y le expliqué exactamente lo que era un escritor. Se quedó un poco sorprendida.
-Es más fácil ser ingeniero -dijo. -Además, tú no usas lentes.
Pero yo ya iba despeinado, con mi paquete de Gauloises en el bolsillo, una pieza de teatro debajo del brazo (Límites de la resistencia que, para mi alegría, el crítico Yan Michalski definió como “el espectáculo más loco que jamás vi”), estudiando a Hegel y decidido a leer Ulises de cualquier manera. Hasta el día en que apareció Raúl Seixas, me retiró de la búsqueda de la inmortalidad y me colocó de nuevo en el camino de las personas comunes.


Paulo Coelho.

sábado, 2 de abril de 2011

Quiero que sepas

Y aunque el tiempo nos convierta en nada. Quiero que sepas que apenas me despierto a mi cabeza le viene tu imagen, que hay días en que me estremezco solo al pensar en ti. Quiero que sepas que la primera vez que me besaste, algo dentro de mí me dijo que no sería la última vez. Quiero que sepas que cuando te veo dejo de creer en casi todo lo lógico, pues no hay lógica en que los minutos contigo se pasen volando. Debes saber que cada vez que te vas deseo que se me ocurra la excusa perfecta para que te quedes un rato más, pero las ideas siempre me abandonan. También espero que tengas una mínima idea de lo extremadamente mamona que me vuelvo cuando te tengo. Y de lo que es hablar de un dolor sin sentido, ese que queda cuando debo soltarte la mano. Y sé que me dolerá algún día, ese día te dedicaré palabras con sentido. Y quizás el tiempo nos haga dejar de mirarnos, y las palabras fluirán de mi boca a otros oídos, pasando por ti sin dejarte huella. Quizás pase todo eso, pero quiero que sepas que un día me desperté y pensé que si algo se le parecía a eso tan utópico, que es el amor, era esto. Debía ser esto. Quiero que sepas también que en una noche como la de hoy, olvidé el tiempo y sólo pensé en tu piel.



m.

Él y yo

Nos conocimos por el camino, nos topamos, nos encontramos cuando él estaba a una escala de ser feliz y yo que ya era del todo feliz, lo encontré cuando estaba a punto de caer. Polos opuestos, dos maneras de ver la vida que en sí no coincidían en nada, pero que juntas podían cambiar algo. Creo que los dos supimos desde un principio que aquella historia nos daría para mucho. Cuando nos conocimos él estaba a punto de hablar con suspiros de la felicidad, su rutina cambió en nada. Al principio me gustaba pensar que yo era ese algo que le faltaba en la vida, ese algo que haría que se diera cuenta de que no había vivido tanto hasta ese momento. Y me lo agradecería, pensaba ¿Qué más puede pedir? Si sé hablar de los temas que a nadie le importa, a nadie menos a él, sé encontrar la manera perfecta para que los domingos no fueran aburridos, sé encontrar el lado bueno de las clases de filosofía, sé manejar sentimientos como quien maneja un lápiz casi sin tinta. ¿Qué más podía pedir? Me consideraba una adolescente casi perfecta dentro de lo normal, las demás eran aburridas y aunque fueran más guapas siempre serían más huecas.

No recuerdo la primera vez que lloré por él, o por culpa de ella mejor dicho. Lloré porque me sentí pequeña, aún teniendo todas esas cualidades, aún creyéndome especial casi siempre, me sentí pequeña porque ella parecía conocerle y yo no. Y tuve miedo a nunca poder conocerle del todo. Ella conocía lo peor de él y quería lo mejor. Yo sabía su nombre, conocía su voz a la perfección, y estaba totalmente loca por sus ojos. Intenté apartarme de su camino, pensando que quizás ella también tenía esas cualidades que tenía yo y encima me superaba en algo, debía superarme, necesitaba que me superara en lo que fuera, sino no encontraba ningún sentido. Cuando me aparté, ni siquiera se dio cuenta y poco después me estaba pidiendo que le acompañara en un sueño. Antes de conocerle ya sabía que cambiaba los sueños, pero jamás pensé que fuera capaz de cambiar el mío. Dudé que fuera capaz de hacerme creer en aquel sentimiento, no me gusta decir su nombre, da mala suerte. Pero tuve que recordarlo cuando me vino a la mente una frase de algún escritor olvidado, no me acuerdo de su nombre, nadie se acordará del mío tampoco, la frase decía algo así “hay personas que creen no merecer el amor, se suelen dirigir hacía los espacios vacíos, para así tapar las brechas del pasado”. Me dolió que fuera tan cierta y que quizás no tuviera el valor de decirle nunca que conocía todo eso de él, y aún más, que deseaba conocerle mejor. No quería morir y que en mi epitafio pusieran “fue una cobarde a la hora de amar”, y esa sí que me caía como anillo en el dedo. Él estaba roto en pedazos, y yo esperaba cualquier momento para acercarme a él y decirle que quizás le faltaba algún trozo que sólo yo podía tener. Pero en la vida muy pocas veces había tenido este valor, y solía estrellarme casi siempre.

El final de todo esto quizás alguna vez lo cuente. Imaginen que quizás fui capaz de acercarme a él y decirle todas estas tonterías, o que quizás fueron mis letras quienes le hicieron darse cuenta de todo lo que decía, imaginen que quizás vivimos unos meses perfectos, o parecidos a lo que suelen llamar perfección. Imaginen que quizás nos entendíamos bien y supo domarme hasta el punto de dejar de ser una mimada. Imaginen quizás que conmigo se recompuso y que sin cambiar su manera de pensar cambiamos una pequeña parte del mundo. Imaginen que quizás esta historia aún sigue, imaginen que dejé de ser la cobarde que no sabía amar.



m.

viernes, 1 de abril de 2011

Lo que vi cuando cerré los ojos

Desorden.
Olvidar, no escuchar.
Convertirme en una actriz perdida.
Nada de dramas, nada de crisis.
Aparecer en el sauce de mis ocho años,
o en el parque koke jugando con las hojas.
Entendiendo poco.
Una vida nueva.
Sin recuerdos.
Con recuerdos.
El sol que atonta los sentidos,
mis palabras sin sentido.
Ese atardecer en Punta de Lobos,
con el hermoso cactus lila.
El olor a jazmín en el balcón de mi abuelo.
Escúchame aunque no entiendas lo que digo.
Escúchame por si muero en la madrugada.
Escúchame,
para que me puedas recordar cuando desaparezca en la mañana.



m.

lunes, 21 de marzo de 2011

Rescátame

Tengo unos deseos interminables de ser rescatada. Que me saquen de todo esto, de mi rutina habitual. Que me eleven, bajen al infierno y me vuelvan a subir. Y es que mis manos suelen sentirse agotadas y más aún, vacías. Y no puedo evitar parecerme a la cabra chica desesperada de mi niñez. La que cree estar sola y acompañada está. Nunca he estado sin nadie a mi lado, mas suelo sentir ese vago sentimiento de cuando dejas tus vicios, esa resaca que te recuerda que la gotera sigue ahí, sin ser tapada. Sé que todo esto suena a sufrimiento constante, y no es eso lo que pasa por mi cabeza, simplemente quiero ser rescatada, una vez más. Como todas las veces que alguien ha intentado hacerlo con fallida respuesta. Creo sentir, por primera vez, que vale la pena que me encuentren. Estoy dispuesta a mostrarme.



m.

lunes, 24 de enero de 2011

Yo escribo mientras él descansa los ojos,
y una vez más nos perdemos en la no multitud.



lunes, 10 de enero de 2011

Me equivoco y soy feliz

En el 2008 fue la primera vez que puse los dos pies, firmemente, fuera de mi hogar. Había salido del colegio el año anterior, y con tan solo diecisiete años decidí que quería estudiar Psicología. Recuerdo como si fuera ayer las palabras sabias de mi madre, diciéndome que quizás era recomendable darme un año para “madurar”, pero en mis arrebatos de volverme luego una estudiante de educación superior, escuché sólo a mi conciencia repitiéndome una y otra vez que era hora de cortar el cordón umbilical. Y así, con un puntaje mediocre mi papá me fue a matricular a la Universidad del Desarrollo. No sabía cómo era la malla, el ambiente, ni mucho menos dónde quedaba, me dejé guiar totalmente por amigas que también iban a entrar a estudiar ahí. Como es de esperar, mi poca madurez me mandó rápidamente a poner los dos pies dentro de mi casa. No me gustó la carrera, por lo que duré sólo un año y a eso hay que agregarle que vivir sola fue un balde de agua fría. Ya no tenía a nadie a mi lado levantándome en las mañanas, esperándome con un rico almuerzo y lo más importante, aterrizándome.

Al salirme de la Universidad, me quedé en Rancagua todo ese 2009 haciendo preuniversitario tratando de orientarme, pues realmente no sabía qué quería para mi futuro. Y así fueron pasando los días, meses, hasta que una mañana cualquiera la ampolleta se me iluminó y descubrí que lo que más anhelaba era escribir. Di la Psu, nuevamente, y con una mentalidad totalmente reparada me matriculé en Periodismo en la Universidad Diego Portales.

A pesar de todas mis equivocaciones, debo decir que mi paseo por el estudio del ser humano me sirvió bastante, si no hubiese entrado a Psicología, nunca me habría dado cuenta de que no era lo mío, ni mucho menos se me habría pasado por la cabeza entrar a una carrera relacionada con las comunicaciones. Ahora me encuentro feliz, haciendo lo que realmente me apasiona y terminando mi primer año, sentada en la sala de computaciones, dando el examen de mi ramo favorito (y no es broma), Técnicas Narrativas.



m.

sábado, 8 de enero de 2011

Dime que yo

- ¿Qué queréis las mujeres? ¿Qué queréis?

- Queréis putos supermanes. Queréis tíos fuertes pero que tengan tilín. Que tengan pinta de atormentados pero que sean graciosos. Os gustan poetas pero brutos. Queréis que sean constantes pero que sepan sorprender. Queréis que sean sinceros pero que conserven el misterio. Que estén locos por vosotros pero que pasen de vuestro culo. Queréis que sean guapos pero que la belleza no importe. Que tengan un buen rabo pero que el tamaño de igual. O sea joder!

- Queréis superhéroes del equilibrismo!

- Queréis que tengan la capacidad de abrirnos el cielo en un momento pero solo para nosotros. Queréis que no tengan secretos, pero que también sean como desconocidos cada vez para que luego podáis sentir las putas hormiguitas en el estómago. Lo queréis todo coño… todo!

- Básicamente quiero que me haga sentir que no estoy desaprovechando mi vida porque es muy corta. Quiero que me abra las piernas, no el cielo… pero que lo haga cada noche. Quiero que sepa mentirme, quiero que no me importen sus mentiras porque deja su alma cuando está conmigo. Quiero que sea generoso porque puede, no por obligación. Quiero que tenga sangre en las venas. Quiero que me quite lo puta que soy cuando lo abandono. Quiero un poco de épica. Quiero que le de igual lo que hago cuando no estoy con él, porque sabe que no voy a encontrar a nadie mejor. Quiero que me tiemblen las rodillas cuando me agarra la nuca. Quiero que la tenga bien grande y que el tamaño sí importe.



Cortometraje: Dime que yo- Mateo Gil.